Beato José Giménez López

José Giménez López nació en Cartagena el 31 de octubre de 1904. Tenía dos años cuando perdió a su madre, Fermina, y cinco al morir su padre, José. Con su hermano Agustín, cinco años mayor que él, fue recogido por una prima de su madre. José era un joven de aspecto suave y carácter bondadoso, feligrés de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen. La tez muy encarnada de sus mejillas hacía que, al primer momento, pareciese avergonzado. Pero no era así. Poseía un natural bueno, adornado con una ligera sonrisa que aumentaba su perenne amabilidad.

Renunció dedicarse al comercio, como sus parientes, e ingresó en los Salesianos de Alicante el año 1921. Al año siguiente, pasó al aspirantado de Campello (Alicante). Sus buenas maneras y su piedad le valieron para ser nombrado muy pronto sacristán. Mantenía los altares de flores y velas. Era un dechado de maestro de ceremonias para las grandes funciones.

Su edad y sus dotes intelectuales le permitieron avanzar cursos e ingresar en el noviciado de Sarriá (Barcelona) el 19 de julio de 1924. Allí vistió la sotana y también profesó al año siguiente. Siguió los cursos de filosofía, durante los que cumplió como soldado de cuota el servicio militar. Vestido de uniforme le tocaba asistir a clase muchas veces, y otras, en cambio, se hacía acompañar por algún clérigo vestido de sotana hasta el campo de tiro. 

Fue destinado a Alcoy (Alicante) para cumplir el trienio de prácticas pedagógicas. Su entusiasta trabajo docente y la alegría de sus métodos le ganaron la voluntad de los niños, que le idolatraban. Acabados los estudios teológicos y ordenado sacerdote, fue destinado de nuevo a Alcoy, donde pudo desenvolver sus ansias de apostolado. Su ambición era la de salvar almas y solía repetir: “sólo por confesar a los niños, me hubiera hecho sacerdote”. 

El 16 de julio salió para Valencia, con otros tres salesianos, para hacer los ejercicios espirituales. Sufrió con los demás el asalto al colegio del día 21. Pasó por las penalidades de la cárcel hasta el 29, y, al salir de ella, anduvo errante por Valencia, pues, contra sus esperanzas, encontraba cerradas todas las puertas. Todos le manifestaban sus buenos deseos, pero el miedo a las represalias, contra los que hospedaban a algún sacerdote o religioso, les hacía obrar muchas veces contra los impulsos de su corazón. Por esta causa, hubo de pasar alguna noche al raso, durmiendo en algún banco de los paseos públicos. En las fondas y pensiones en las que se presentó, tampoco querían admitirle, por carecer de documentación, ya que la cédula, que declaraba su profesión de religioso, era más bien una condena que una garantía. 

Finalmente, la dueña de una fonda, compadecida, le proporcionó una habitación. Pidió un vaso de leche, se cerró por dentro y deshecho por la fatiga, la emoción y la incertidumbre rompió a llorar como un niño. Quiso la casualidad que se enterara del domicilio en donde estaba refugiado D. Antonio Martín, quien había sido su padre maestro en el noviciado. Y allí se presentó el día 2 de agosto. Le recibieron con cariño y al oír el relato de sus tristes correrías, la bondadosa dueña, Dña. Ricarda Alemany, se conmovió y decidió darle hospedaje. A partir de aquel momento se convirtió en compañero inseparable de D. Antonio. En aquella casa recobró energías. Pasó una semana de piedad y santas conversaciones. Cuando por fin se creía seguro de cualquier sorpresa, la noche del 10 de agosto sufrió un primer registro en la casa. En el segundo, el día 14, salió de allí al lado de su padre maestro conducido por los milicianos. 

No se sabe a ciencia cierta si les llevaron al penal de San Miguel de los Reyes. Lo cierto es que el día 3 de septiembre entraban los dos juntos, otra vez, en la cárcel modelo. Allí se encontraron con D. Recaredo de los Ríos y D. Agustín García. Y a ellos se sumaría, el día 9, D. Julián Rodríguez. Estos cinco salesianos se distinguían por su ejemplaridad, su caridad y su apostolado. Fueron puestos “en libertad” en la mañana del 9 de diciembre de 1936, para llevarlos al picadero de Paterna, donde unas balas asesinas les abrían las puertas de la verdadera y eterna libertad de los bienaventurados.

En la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen se encuentran las reliquias de quien fuera beatificado un 11 de marzo de 2001 por S.S. Juan Pablo II. El beato cartagenero es recordado litúrgicamente el 22 de septiembre.

NOTA: La entrada ha sido redactada por Juan Antonio Gutiérrez, para esta página y para la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, con la información que le han facilitado los Hermanos Salesianos de Valencia. 

Entrada publicada el 22/04/13